sábado, 31 de octubre de 2009

Jesús Devuelve la Vista a quienes son Enceguesidos. Marcos 10:46-52.

Quienes analizan hoy la sociedad dicen que los medios de comunicación y las grandes campañas publicitarias tienen la capacidad de hacernos ver las cosas que a ellos les interesa y a la vez nos hacen ciegos para otras que están sucediendo en nuestra sociedad. En el tiempo de Jesús y en el que escribió Marcos no había medios de comunicación iguales a los nuestro pero si había algo que producía que los discípulos y los seguidores de Jesús fueran ciegos y no entendieran a su maestro.

En nuestro texto que muestra la forma como Jesús hace para que un ciego recupere la vista, no solo vemos el poder de Jesús para resolver un problema físico sino la tensión entre Jesús y sus seguidores, que pueden ver físicamente, pero no entienden la propuesta de Jesús y ni ven el camino de la cruz en que Jesús está. Para entender esto es importante considerar lo siguiente:
El evangelio de Marcos está divido en dos parte. Para cerrar la primera parte (8,30), Marcos registra la curación del ciego de Betsaida (8,22-26). En la segunda parte, cuando Jesús llega al fin de su caminata y se aproxima de Jerusalén, Marcos incluye la cura de otro ciego, Bartimeo. Comparando los dos episodios, percibimos que están relacionados. Al ciego de Betsaida Jesús ordena que no entre al pueblo (8,26). A Bartimeo, Jesús no le da ordenas. El propio ciego curado toma la iniciativa de seguir al Maestro (10,52), con lo que Marcos da ejemplo de cómo debe hacer quien desea hacerse discípulo de Jesús.

El ser ciego era una de las desgracias más terribles en tiempos de Jesús, pues se le excluía de la comunidad de Israel. El invidente estaba marcado por las condenas de la sociedad que lo consideraba pecador, y por tanto, ay de aquel que “comiera o bebiera con él”, porque era reo del mismo delito. El ciego, pues, vivía en la más terrible de las soledades, sin derechos sociales ni religiosos.

Bartimeo, el hijo de Timeo, era uno de estos desdichados. No había espacio para él dentro de los históricos muros de la ciudad de Jericó, ni tenía visa para entrar en sinagoga alguna. Así, se exilió en la frontera del agreste desierto, donde merodeaban los leoncillos y abundaban serpientes y escorpiones.

La curación del ciego Bartimeo es el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que acentúa, sobre todo, la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está cargado de detalles. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32, 49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes. Hay, además, una alusión explícita -aunque suene un tanto genérica- al nombre del ciego: Bartimeo, el hijo de Timeo. Mateo y Lucas no mencionan este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6): “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuni” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce). La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2 Re 7,15. Es una manera de indicar la emoción de Bartimeo y que deja todo lo que tenia al escuchar el llamado de Jesús. El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en lo que pidió Bartimeo y en la fuerza su la fe.

En el texto anterior dos de los discípulos piden también que Jesús les haga una cosa. Le piden a Jesús que cuando esté en su reino uno sea sentado a su derecha y el otro a su izquierda. Ellos piden poder y Gloria y Bartimeo solo pide a Jesús que pueda ver. Esta petición y la fe de Bartimeo parecen ser contrastadas con la actitud de los discípulos. De esta forma Bartimeo pasa de la ceguera a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final mientras los discípulos siguen sin entender y sin ver el camino en que van con Jesús.

Este hombre que no puede ver de manera física y está al costado del camino es quien identifica a Jesús. Este hombre no se deja callar y da muestras de fe. Este hombre que deja su capa o sea todo lo que tenía cuando Jesús lo llama nos muestra una actitud diferente a la que vienen mostrando los discípulos que físicamente no son ciegos pero que no pueden entender las enseñanzas ni ver el camino en que está Jesús. Jesús en el 8:17-21 les ha recriminado a sus discípulos que tienen ojos pero que no pueden ver.

Hoy tenemos que preguntarnos que era lo que impedía a los discípulos entender y ver lo que Jesús les enseñaba. Hoy tenemos que preguntarnos que es lo que nos hace ciego para ver lo que Dios desea para nosotros y para nuestra sociedad. Algunas personas dicen que en Colombia estamos viviendo una ceguera colectiva. Los medios dicen que el país ha mejorado y estamos bien pero en la vida de la mayoría de las personas este bienestar no se refleja. Los medios de esta manera nos imponen la visión de la opinión que ellos desean que veamos y nos impide ver la realidad de dolor de quienes claman para que Dios tenga compasión de ellos. Con esta opinión quieren cambiar nuestra democracia y obligarnos a elegir gobernantes que cambian la constitución usando la corrupción para hacerse reelegir.

Desde esta lectura del evangelio de Marcos tenemos el desafío como iglesia y como seguidores de Jesús de no dejarnos enceguecer, tenemos el desafío de no ser como los discípulos que no entienden ni ven el camino de la cruz lo que les lleva a pedir poder y gloria. Tenemos que ser como el ciego que pide que pueda ver, además tenemos que tener cuidado para no ser como los muchos que intentaron callar a quien gritaba ten compasión de mi.

Milton Mejía

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