miércoles, 19 de mayo de 2010

Permanecer Unidos a Jesús. San Juan 14:22-29

Este texto del evangelio de Juan está ubicado en el gran discurso de despedida de Jesús. Jesús está dialogando con sus discípulos e insiste en algunas cosas fundamentales que deben prevalecer siempre entre los discípulos y él para permanecer unidos así como él se ha mantenido unido con su padre.

Un aspecto fundamental es el amor. Judas Tadeo ha hecho una pregunta a Jesús: “¿por qué vas a mostrarte a nosotros y no a la gente del mundo”? Obviamente, Jesús, su mensaje, su proyecto de esperanza, son para el mundo; pero no olvidemos que para Juan la categoría “mundo” es todo aquello que se opone al deseo o querer de Dios y, por tanto, rechaza abiertamente a Dios; así, el sentido que da Juan a la manifestación de Jesús es una experiencia exclusiva de un reducido número de personas que se aman y deben ir adquiriendo una formación tal que lleguen a asimilar a su Maestro y su propuesta, pero con el fin de ser luz para el “mundo”; y el primer medio que garantiza la continuidad de la persona y de la obra de Jesús encarnado en una comunidad al servicio del mundo, es el amor. Amor a Jesús y amarse unos a otros en la comunidad es la forma como se hace realidad la presencia de Dios en el mundo.

En segundo lugar, Jesús sabe que no podrá estar por mucho tiempo acompañando a sus discípulos; pero también sabe que hay otra forma no necesariamente física de estar con ellos. Por eso los prepara para que aprendan a experimentarlo no ya como una realidad fisica, sino en otra dimensión en la cual podrán contar con la fuerza, la luz, el consuelo y la guía necesaria para mantenerse firmes y afrontar el diario caminar en fidelidad a Dios. Les promete pues, el Espíritu Santo, la fuerza y motor de la vida y de su propio proyecto, para que acompañe a los discípulos y a la comunidad donde ellos hacen realidad el proyecto de Dios.

Finalmente, Jesús entrega a sus discípulos el don de la paz: “mi paz les dejo, les doy mi paz” (v. 27); testamento fundamental que los discípulos habrán de buscar y cultivar como una realidad que permite hacer presente en el mundo la voluntad de Dios manifestada en Jesús. Es que en la Sagrada Escritura y en el proyecto de vida cristiana la paz no se reduce a una mera ausencia de armas y de violencia; la paz involucra a todas las dimensiones de la vida humana y se convierte en un compromiso permanente de quienes son seguidores de Jesús para que haya justicia entre los seres humanos y hacia la creación.

La forma como Jesús se hace presente entre sus discípulos y como Jesús desea que nosotros nos comprometamos con su proyecto se puede ilustrar con la siguiente historia:

Había una vez un muñeco de sal. Después de peregrinar por tierras áridas llegó a descubrir el mar que nunca antes había visto y por eso no conseguía comprenderlo. El muñeco de sal le preguntó al mar: « ¿Tú quien eres?» Y el mar le respondió: «Soy el mar». El muñeco de sal volvió preguntar: « ¿Pero qué es el mar?» Y el mar contesto: «Soy yo». «No entiendo», dijo el muñeco de sal, «pero me gustaría mucho entenderte. ¿Qué puedo hacer?» El mar simplemente le dijo: «Tócame». Entonces el muñeco de sal, tímidamente, tocó el mar con la punta de los dedos del pie y notó que aquello empezaba a ser comprensible, pero luego se dio cuenta de que habían desaparecido las puntas de los pies. «¡Uy, mar, mira lo que me hiciste!» Y el mar le respondió: «Tú me diste algo de ti y yo te di comprensión. Tienes que darte todo para comprenderme todo». Y el muñeco de sal comenzó a entrar lentamente mar adentro, despacio y solemne, como quien va a hacer la cosa más importante de su vida. A medida que iba entrando, iba también diluyéndose y comprendiendo cada vez más al mar. El muñeco de sal seguía preguntando: «Qué es el mar?». Hasta que una ola lo cubrió por entero. En el último momento, antes de diluirse en el mar, todavía pudo decir: «Soy yo».

La relación que Jesús les propone a sus discípulos por medio del amor, la promesa del Espíritu Santo y la paz es como la de este muñeco de sal con el mar. Solo amando, viviendo la presencia del espíritu y en el trabajo permanente por la paz podemos ser uno o una con Jesús, así como Jesús fue uno con su padre.

Predicación en la Iglesia Presbiteriana de Cartagena
Primer domingo de mayo de 2010.

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